Cómo y cuándo abonar los tomates
Las tomateras son grandes consumidoras de nutrientes. Junto con sus parientes el pimiento o la berenjena, y por otro lado las cucurbitáceas (calabacín, pepino, sandía, melón, etc), son las plantas más voraces del huerto, y por tanto, para que se puedan desarrollar y producir frutos de la mejor manera posible, habrá que asegurarse de tenerlas convenientemente nutridas.
Además, desde que se trasplantan al terreno y hasta que finaliza su cultivo, la demanda de nutrientes no es constante, habiendo momentos en los que necesitan especialmente grandes cantidades de algunos de ellos. Por esta razón, es muy posible que aunque se haya abonado el suelo antes del trasplante, ciertos nutrientes se agoten o no se encuentren en cantidad suficiente cuando más son demandados por la planta.
Por todo lo anterior, hay que partir de un suelo muy bien nutrido y rico en materia orgánica, pero además realizar otros aportes posteriores cuando sea necesario. A continuación lo detallamos.
Abonado de fondo en otoño
Como se mencionó más arriba, tiempo antes de realizar el trasplante (en otoño para un cultivo estándar), hay que aportar una buena cantidad de abono orgánico lo más equilibrado posible. El estiércol de animales de granja, la gallinaza, el compost o el humus de lombriz son buenos candidatos, pero también existe la posibilidad de utilizar abono verde, sembrado para ese fin o mediante el enterramiento de restos del cultivo anterior, vegetación espontánea, etc. Si se aporta una mezcla de varios abonos orgánicos, mejor aún, porque seguramente sea más equilibrado.
Por otro lado, en suelos ácidos puede ser beneficioso añadir además del abono orgánico cenizas de restos vegetales, por ejemplo de leña, que además aportarán un extra de fósforo, potasio y calcio, entre otros nutrientes.
Hay que hacerlo en otoño para que tenga tiempo de incorporarse al suelo y para que cuando llegue el momento del trasplante de las tomateras, ya se haya comenzado a mineralizar, dejando muchos nutrientes en formas asimilables para estas. Esto aún es más importante cuando se trata de estiércoles frescos, ya que de llegar en ese estado al momento de la plantación, podrían provocar efectos tóxicos en las tomateras.
El abonado de fondo tiene más alcance cuando se mezcla con la tierra mediante una labor del terreno. De quedar el abono en superficie, muchos nutrientes podrían perderse rápidamente por lavado, por acción del sol y del viento. Al enterrarlo se protege de los elementos, se pone a disposición de los organismos transformadores del suelo y queda repartido por igual en todo el perfil labrado, el que luego explorarán las raíces.
Después del trasplante
Una vez que las tomates se plantan en el terreno, comienza el proceso de crecimiento radicular, un gran consumidor de fósforo. Este nutriente suele ser muy abundante en casi cualquier suelo agrícola, pero a menudo se agota en la zona cercana a las raíces.
Se puede aportar en forma de fertilizantes específicos, o bien mediante la adición de ceniza de restos vegetales, como la que se recoge en las chimeneas y calderas de leña. Si el suelo es alcalino o neutro hay que tener cuidado porque la ceniza es muy básica y aún contribuiría a elevar más el pH.
Otra opción pasa por el aporte de abonos líquidos a base de plantas fermentadas, como es el caso del popular purín de ortigas. Es rico casi todos los nutrientes vegetales, pero especialmente en nitrógeno y fósforo. Además su pH es neutro o solo algo básico, por lo que se puede aplicar sin problema en suelos alcalinos, y los nutrientes que posee son asimilables directamente por la raíz de la planta. También se puede emplear como abono foliar, aunque más diluido, y con el inconveniente de que es necesario mojar la planta.
Además del fósforo, en esta etapa es también importante el nitrógeno, aunque menos que en la siguiente fase, ya que la planta lo necesitará para desarrollar toda la parte aérea. Si dispone de suficiente nitrógeno, el crecimiento será más rápido o vigoroso, siempre que no tenga otras carencias.
Si el abonado de fondo fue suficiente, es muy probable que las necesidades de nitrógeno estén cubiertas en esta etapa. Si no fuera así, se puede recurrir nuevamente al purín de ortiga, aplicándolo con el riego de las tomateras, una vez por semana o cada 15 días.
En la formación del fruto
Una vez que la tomatera florece y comienzan a aparecer los primeros tomates, se incrementa la demanda de nitrógeno y de potasio. El fósforo sigue siendo importante pero no tanto como en la primera fase después del trasplante.
Nuevamente, el abonado en esta fase se puede realizar con fertilizantes granulados, pero mejor si es con abonos líquidos como los purines vegetales, y sin olvidar la ceniza de madera, también muy rica en potasio, no así en nitrógeno.
Si se realiza el aporcado del tallo de la tomatera, se puede aprovechar esa labor para añadir compost maduro, o algún estiércol estabilizado, sobre la tierra, de manera que al aporcar quede enterrado cerca de la raíz. Al tratarse de abono orgánico sólido, necesitará algún tiempo para comenzar a liberar nutrientes asimilables, por eso debe verse más como un abonado de base, para cubrir un mínimo durante varias semanas.
Soy ambientólogo, especialista en Gestión de la Calidad y del Medio Ambiente, autodidacta y embarcado desde hace casi dos décadas en el mundo web, amante de la naturaleza y de la vida saludable. Tengo un gran huerto familiar ecológico.